Estimado Ali: es muy posible que, por
esta milagrosa red puedas leer esta carta. O no. Pero, para los que ya peinamos
algunas cuantas canas –por suerte, todavía podemos hacerlo-, llegue esta carta
o no, hay sentimientos que es bueno poner por escrito, alguna vez. Y hoy, por
ser tu cumpleaños número 72, es una buena oportunidad.
Allá por los años 60, el boxeo era fantástico y
estaba poblado de grandes nombres, pero también era formal, demasiado formal,
en blanco y negro como la televisión. Hasta que un día, apareciste leyendo
poesías y pronosticando resultados, y creaste una conmoción: ¿De dónde venía
este chico de gigantesca bocaza y con aires de poeta escolar? ¿Cómo podía ser
tan provocador, tan gritón, tan… ta-len-to-so? Los viejos periodistas de boxeo
masticaron sus lápices con bronca y no lo aceptaron, porque después de todo no
era un “negro bueno”, sino todo lo contrario. Abría la boca y decía todo lo que
quería, incluyendo cosas como que “Soy el mejor” y –lo que les sonaba peor-,
“Soy el más lindo”
Pero, mi querido Ali, mucho más rezongaron y se
alarmaron y se tomaron la cabeza cuando te cambiaste el nombre, después de
ganarle a Liston, porque tu viejo apellido era “de esclavo” según tus palabras.
Y, cuando te negaste a ir a Vietnam aquello fue el colmo y todo el establishment
se te vino encima: no solo te sacaron el título, sino que te robaron los
mejores años de tu vida deportiva.
Por eso te escribo esta carta, Muhammad, que quizás
nunca leas. Has sido en el ring un estratega genial, un boxeador sucio y lleno
de mañas y un guerrero extraordinario, que se enfrentó a todos y cada uno de aquellos
que lo merecían. Desde Archie Moore a George Foreman, pasando por Joe Frazier o
Sonny Liston (la lista es enorme y la conocemos todos) y terminando por Larry
Holmes, en una pelea que, todavía hoy nos hace llorar el corazón.
Hemos festejado tus bravatas. Nos permitimos, al
menos los argentinos, esperar tu derrota cuando enfrentaste a Oscar Ringo
Bonavena. Aplaudimos tus salidas humorísticas, nos emocionamos cuando te
devolvieron tu medalla olímpica, y sonreímos de satisfacción viendo tus viejas
fotos, con los brazos levantados y la boca abierta.
Has sido un antes y un después en el boxeo, ya que
muchos, incluyendo a los Leonard, Whitaker o Mayweather, han tratado o de
imitarte o de continuarte: las piernas bailarinas, los brazos rápidos con
ráfagas tremendas, los desplantes y las miradas encendidas y provocadoras.
Pero hay algo, querido Ali, que jamás podremos
borrar de nuestros corazones: tu humilde, firme, ejemplar e histórica actitud
cuando te negaste a ir a Vietnam. No te importó –sí, mejor dicho, te importó y
te dolió muchísimo, claro- quedarte sin tu cinturón, o ir a la cárcel o perder
los mejores años de tu vida. Otro hubiera mirado para un costado y nadie les
habría dicho nada. Hubiera sido el camino más fácil. En cambio, estoica y
dignamente, soportaste todo, esperaste y volviste. Volviste más lento, volviste
diferente, pero volviste.
El mundo del boxeo celebró cuando te devolvieron la
medalla que habías ganado en los Juegos de Roma, en 1960. Pero el mundo de
todos, el mundo de los seres que aun creemos en la dignidad y en los
principios, y que necesitamos ejemplos, el mundo que va más allá de un ring,
celebró a este hombre –mejor dicho, a este Hombre con mayúsculas- por su
entereza, por su valor y su actitud de vida.
Solamente esto te quería decir en tu cumpleaños
número 72, Muhammad: simplemente quería decirte gracias por ser, de verdad, El
Más Grande.
CARLOS IRUSTA
(Esta nota fue publicada originalmente en ESPNdeportes.com y la compartimos con ustedes)
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