El 13 DE MAYO de 1914, en Lafayette, Alabama, nació Joseph Louis Barrow. Creció en Detroit. En su debut amateur anduvo por el suelo siete veces. Fue campeón nacional mediopesado en 1934. Como aficionado sumó 53 victorias y 3 derrotas. Tal vez haya sido por entonces que nació Joe Louis, el “nombre de guerra” con el que pasó a la historia como uno de los más grandes símbolos del deporte norteamericano. Se contó siempre que un negro, gravemente enfermo, juntó sus manos en una oración y rogó: "Joe Louis, ayúdame..."
EL BOMBARDERO de Detroit, como lo llamaron, o “El bombardero negro”, fue el primer campeón mundial de peso completo de raza negra luego de Jack Johnson, quien le ganó la corona mundial a Tommy Burns en 1908.
Louis tuvo un precio que pagarle a la América Blanca. Porque, para no ser enjuiciado como Johnson, se vio obligado a no sonreír en las fotos (la que exhibimos es una curiosidad), no posar con una mujer blanca y, no festejar cuando le ganara a un blanco. Louis aceptó todo eso. Y hasta se enroló en el Ejército. Por negarse a algo similar, a Muhammad Alí lo trataron de traidor a la patria, le sacaron el título y le prohibieron boxear...
EN 1936, fue noqueado por el alemán Max Schmeling. Cuando Joe logró la corona mundial ante James Braddock (1937) dijo: “No me llamen campeón hasta que no le haya ganado a Schmeling”. Para el 38, en la revancha, Max fue etiquetado como un Nazi (en realidad no lo era) y a Joe le tiraron todo el peso: debía ganar. Hasta fue visitado por el presidente Franklin D. Roosvelt. Alguien dijo: “Joe es un crédito para su raza”. Y el periodista Jimmy Cannon lo corrigió: “Sí, es un crédito para la raza... humana”.
Louis le ganó a Schmeling por KO en un round y luego fueron grandes amigos. Logró 68 triunfos (54 KO), y perdió 3. Reinó entre el 37 y 49 a lo largo de 11 años y y 8 meses y medio: 25 defensas.
DONÓ a su país las bolsas de dos peleas que hizo de campeonato en 1942. Y efectuó 96 exhibiciones durante la Guerra Mundial. Le dieron la Legión del Mérito. Fue suya la frase: “Dios está de nuestro lado”. Sin embargo, cuando tuvo que enfrentar una deuda con Impositiva, nadie lo ayudó. Tal vez desencantado por el pago que le dio su país, no necesitó de ningún contrato para dejar de sonreír.
Lo ayudaron la gente de Las Vegas y el propio Max Schmeling. Admirado por todos, murió en la pobreza en 1981 y lo enterraron en el cementerio de Arlington, con honores militares.
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