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Márquez demostró cómo se anula a un zurdo. Manny no lo encontró. |
DIFÍCIL DE ACEPTAR. Cuando Michael Buffer leyó las tarjetas... Bueno, ya el 114 iguales presagiaba algo raro... Y luego... 115-113... y 116-112... ¡Ganador, Pacquiao! Son las cosas que nada bien le hacen al boxeo. Márquez hizo una extraordinaria exhibición de boxeo, justamente: caminó el ring de maravillas –de hecho, ganó las peleas con las piernas y la mente-, siempre dejó fuera de balance a Pacquiao, contragolpeó y metió las mejores manos... y sin embargo, los jurados le dieron la victoria al filipino, quien luego de la pelea, llegó a decir que había ganado “claramente”.
¿Qué otra cosa podía decir?
En el lenguaje gestual, con la última campanada se pudo ver claramente cómo estaba cada boxeador. Márquez, seguro de la victoria; Pacquiao, cabizbajo y preocupado. “No sé si voy a seguir en esto”, aseguró Márquez, mientras Bob Arum empieza a pensar en una cuarta edición para mayo próximo.
Lo cierto del caso es que quedó en claro que se puede hacer una gran pelea sin necesidad de ir a cruces peligrosos, aunque el fallo en este caso sea, simplemente, una burla.
Quedó en claro que, con fallos como éstos, el boxeo no necesita de enemigos externos, pues los tiene en su seno.
Quedó en claro que Manny, ante un boxeador de línea, que no le ofrezca batalla, no es invencible. Y que –nos parece, apenas-, demasiado marketing, política, karaoke, concursos de belleza, fotos en las tapas de las revistas y otras exquisiteces, tal vez lo estén distrayendo del boxeo (recordar que, ante Mosley, tampoco fue el mismo).
Y quedó en claro la tamaña dimensión que tiene el pupilo de Ignacio Beristain, un boxeador en serio es Márquez. En la primera, cayó tres veces y terminó en empate; en la segunda –al menos, para nosotros- perdió apenas por una caída (fueron muchos los que lo vieron ganar) y en ésta, a los 38, cuando suponíamos que uno de sus mayores rivales era Míster Almanaque, demostró de todo lo que es capaz.
Una pena, una mancha más para el boxeo, un nuevo robo.